Los-malos-(Fangacio)


Crónicas. El jefe del servicio de inteligencia más perverso de América Latina, la DINA; el torturador estrella de un centro de detención de prisioneros políticos en Argentina; una entrenadora de perros preparados para violar seres humanos en Chile; un paramilitar colombiano abandonado desde niño a una suerte de nomadismo criminal; la integrante de una minúscula secta brasileña que practica el canibalismo con mujeres que consideran de mal vivir; un especialista en usar sustancias disolventes para desaparecer cuerpos de los enemigos de una mafia narco mexicana; el pandillero faite, líder de la mara salvatrucha; un terrorista francotirador en el Vraem. Y usted y yo. ¿Qué nos separa de estos personajes de carne y hueso que se reúnen en Los malos?
Esa es la primera pregunta que queda luego de leer los catorce perfiles que componen este libro, editado por Leila Guerriero, cuyas ediciones son referentes del periodismo y la crónica en la región –y que en el Perú ha sido sobre todo conocido por Un hombre flaco de Daniel Titinger–. ¿Cuál es el origen o la raíz del mal? ¿Por qué estos hombres y mujeres latinoamericanos llegaron a ese nivel de perversidad y abyección, en absoluto banal? ¿Hay algo en nuestra historia como naciones (llena de dictaduras, grupos terroristas y violencia delincuencial), o en las historias personales de cada quien, que oriente la vocación por la maldad? ¿Quién puede ser tan malo como para…? Esas son las siguientes preguntas. No hay intención aquí de juzgar ni mucho menos mitificar. Los textos conducen a una especie notable de investigación que va más allá de identificar una causa que explique de alguna manera al personaje: la familia, el ambiente, los amigos, la ideología, la pura locura. Lo que interesa aquí es como estos sujetos –más que malos, malditos– van convirtiéndose en malísimos y como en ese camino tortuoso hay cruces múltiples con sus víctimas y con otros que pudieron serlo, personas aparentemente normales –como usted y como yo–. Como si la vida los hubiera llevado a elegir por la opción que en los juegos de niños representa a los malos: ladrones en vez de policías.

Mención especial merece aquí la aparición del «malo» peruano que se respeta, en estupenda crónica del Ángel Páez: Félix Huachaca Tincopa. Proveniente de una familia de colonos, fue raptado a los 16 años por una columna de Sendero Luminoso. Desde entonces, como camarada, cambió su nombre muchas veces: Roger, Pelayo, Roberto y Félix; participó en innumerables acciones terroristas y reconoce haber matado cuando menos a más de sesenta personas. Cuando lo capturaron había pasado de ser uno de los francotiradores más certeros (más de veinte años de «servicio») de las columnas del Sendero pre y post Abimael Guzmán –con José, Alipio y los Quispe Palomino en el Vraem–, a ser uno de sus dirigentes más importantes en el Alto Huallaga. A través de diálogos con sus familiares y compañeros en armas, y con una investigación notable, vamos entendiendo la forma en que aquel adolescente se fue convirtiendo en un líder, gracias a su lealtad, compromiso y a una crueldad que excede la eficiencia que incluso tendría un asesino a sueldo. Porque de verdad, para ser realmente muy malos y ganarse un lugar en este libro, hay que ser infelizmente muy buenos. Por Alejandro Neyra


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