revistabuensalvaje
Posted on octubre 16, 2015

Poesía. Para los lectores de poesía que surgieron tras su trágica muerte, leer a Luis Hernández consistía en buscar, en los 80, la edición de Vox horrísona hecha por Ernesto Mora o la que hizo Mirko Lauer. O conseguir los artículos que salían en La República de la pluma de Edgar O’Hara y Eduardo Chirinos. Además, era inhallable la mítica publicación que hiciera Nicolás Yerovi, aunque desde los 90 aparecieron algunas publicaciones póstumas como Poemas del ropero y, posteriormente, una interesante biografía titulada La armonía de H.
En Las islas aladas estamos ante el nacimiento de la leyenda hernandiana, que comprende entre 1961 y 1965. Con Orilla, Charlie Melnik y Las constelaciones apreciamos su fundamental aporte al rompimiento del canon, no solo en cuanto a la instauración del coloquialismo y del poder desacralizador del humor y la ironía, sino también de la incursión, en un arte caracterizado por la solemnidad del lenguaje, de la irreverente cultura pop. Hay un elemento desestabilizador que tiene que ver con esa finísima sonoridad y cromatismo de sus versos, y que nos arranca de las bajas pasiones cotidianas y nos eleva como islas, sí, como islas aladas.
Su voz poética es la búsqueda de la trascendencia que nos conecta a una forma pura de solidaridad e identificación con las cosas sencillas. Esto tiene que ver con su proyecto, único en la literatura peruana, de dar un nuevo sentido a la poesía en un tiempo en que esta se ha devaluado por su retórica vacía. Si bien en la poesía hispanoamericana había autores como Nicanor Parra o Ernesto Cardenal, con Las constelaciones sucede un fenómeno mucho más demoledor que la antipoesía o el exteriorismo que trajeron el chileno y el nicaragüense. Luis Hernández se desplazó en la poesía sumergiéndose en el centro mismo de la lírica oficial para romper sus cimientos con aquel «viejo, che’su madre», y así navegar luego hacia los márgenes, dejando incluso de publicar.
Es por eso que su voz insular sigue vigente, denunciando el abuso de todo autoritarismo y ridiculizando el destructivo materialismo que rige al mundo posmoderno. La publicación de estos tres libros de Luis Hernández significa una apuesta por la vitalidad de una voz que nos llega hondo por su honestidad y por su consecuencia. Por Miguel Ildefonso
Mudanza (Alejandro Zambra)
Adormecer a los felices (Diego Trelles)